16 febrero 2013

[Virginia sonrisas]

La emoción humana oscila entre estados. Desde la subjetividad de cada personalidad, el factor común es la transición perpetua entre la alegría, el miedo, la tristeza y la ira. No recibimos educación para dominar ninguno de ellos y son el azar de los días y sus situaciones quienes nos enseñan, a través de la experiencia y la propia voluntad, a tratar de movernos entre las regiones menos oscuras del ánimo.

Virginia no era ninguna excepción. Haber adquirido con la edad una plena conciencia de los entresijos de cada fase de sus emociones, no la eximía del sometimiento habitual al trance entre la felicidad y la infelicidad. Sufría, se irritaba y se entristecía como cualquiera, y a excepción de la amable belleza de un rostro delicado y cautivador, nada en ella hacía sospechar -ni siquiera a ella misma- que poseyera la clave para mantenerse con éxito en la cara más diáfana del humor.

El secreto estaba en su sonrisa. La magia de su don procedía de la más sincera región del gozo humano, aquel espacio jovial que desarrollan las infancias y que Virginia supo mantener particularmente vivo. Su risa recubría un agradable trayecto entre la hilaridad y la carcajada, y el deleite que producía el simple acto de escucharla, sólo era comparable a las suaves dosis de éxtasis que ella misma experimentaba.

Pero la frecuencia con la que Virginia reía creció de manera ilimitada: cuanto más reía, más cosas la hacían reír. Además, mediante una lenta progresión, tan espontánea como inadvertida, los sucesos gratos empezaron a rodearla, al tiempo que sus sonrisas -como en un proceso de retroalimentación- parecían invocarlos.

La dificultad de discernir entre la alegría de Virginia y la alegría alrededor de Virginia, alcanzó el clímax una calurosa tarde de verano. Con la misma sencilla naturalidad con que su sonrisa lo impregnaba todo de felicidad, Virginia se fusionó con el entorno. Abandonó la corporeidad para convertirse en el mero sentimiento abstracto de la alegría, y su esencia, despojada de materia, se dispersó en el aire como partículas esparcidas por la brisa.

Sólo los que conocemos la historia de su magnífica transmutación, sabemos que cuando estamos contentos, nos embarga el júbilo o nos sentimos alegres, es porque alguna de las fracciones etéreas de Virginia -que vagan infinitas entre el cielo y la tierra- debe haberse posado sobre algún punto de nuestro corazón.

2 comentarios:

Moh! dijo...

Fan del descobridor de les fraccions etèrees de Virginia.
Continua la recerca!

chandra dijo...

Enhorabuena Xavi por el blog.

He leído el de Virginia sonrisas y me ha provocado una sonrisa :)y me ha recordado a las leyendas o mitos de diferentes culturas e incluso a las mitológicas, que se cuentan para dar una explicación antropomórfica a las causas naturales y medioambientales.

Chandra.